Bienvenidos a esta segunda edición de mi cuaderno de viajes estivales de riesgo, aventura, pasión y eventual disentería.
Tras visitar el Everest la siguiente etapa de mi viaje, amigos y amigas, fue el temible e inmisericorde desierto de Nabonajmil, en la zona meridional de Baar al Madnar (1). Creado por Dios un día en que estaba especialmente puteado por algo, este infierno sobre la Tierra es una ardiente faja de arena al rojo vivo donde sólo logran sobrevivir los escorpiones y las serpientes (2).
En Nabonajmil, o como le llaman los lugareños Ag-deraash (la mierda), recalé el pasado mes de julio. Llegué al lugar únicamente armado con mi temeridad y mi arrojo. Y también llevaba una abundante provisión de lágrimas artificiales, por si se resecaban mis maravillosos y envidiados ojos verdes.
Nabonajmil, donde los dioses darían su reino celestial por una caña fresquita.