Cuando alguien se refiere a mí como «un famoso» algo se me revuelve por dentro, noto como se remueve en el puzzle que soy una pieza fuera de lugar. En general, me entristece que se haya convertido en un rasgo definitorio, en una definición «per se», lo que no es sino un efecto derivado de determinados oficios. Cierto es que para muchos convertirse en «famoso» es una causa en sí misma, y que existen métodos para llegar a ello sin pasar por una actividad concreta. Pero para los que disfrutamos haciendo nuestro trabajo, muy frecuentemente ser «famoso» no es más que un efecto, y muy a menudo no deseado. Ser «famoso», o incluso «persona pública» (uno de los apelativos inventados más vacíos de significado que he oído jamás) son trajes vacíos, carcasas huecas que esconden y uniformizan a las personas que hay debajo. Si se hace el esfuerzo de pensar a qué se dedica quien se esconde detrás de una palabra comodín como ésta nos podemos llevar muchas sorpresas. Propongo el juego.
Para acabar, siempre que pienso en este tema me viene a la cabeza un verso de la canción (qué digo canción, himno!) de los Violadores del Verso, «Marrones, Morenas, Coronas»: El rap es la esencia. La fama una consecuencia. Como siempre, ellos lo ven claro todo, y lo dicen por su nombre. Una buena ocasión para vcolver a escuchar el temazo en cuestión.