Éstas son mis gafas de actuar. Son gruesas, de plástico, roñosas, con las patas flojas y no tienen cristales. En pocas y sucias palabras: están hechas una mierda.
Me las regaló mi amigo Oscar en el año 1998, la primera vez que hice teatro con El Cansancio.. Llevaban unos cristales filtros amarillos. Él dijo: póntelas. Yo dije: vale. Me las puse. Y ahí se quedaron.
Me sorprende el elevado número de veces que me han preguntado por qué las uso, si no las necesito. Mis explicaciones acostumbran a ser variadas. Algunas son ciertas, otras una patraña.
Ejemplos de respuestas que ya tengo preparadas y que puedo lanzar aleatoriamente o según mi estado de ánimo:
– Son un fetiche. Una máscara inspirada en las máscaras del teatro clásico. Con ellas entro en el mágico mundo de la interpretación, me protejo y me distancio de mi «yo» privado (ésta ya se ve claro que es una puta mierda que me he inventado)
– Para parecerme a Andreu Buenafuente
– Por envidia y necesidad de que acepten. El resto de mi familia lleva gafas y tengo un trauma. (inventado, aunque seguro que un psicólogo me lo sacaría del subconsciente por 300 €)
– Para parecerme a Luis Piedrahita
– Porque me sale de los cojones. (sí, esta es la que más se ajusta a la realidad).
– Para parecerme a Flipy
– Para disimular la nariz. (cierta, también)
– Para parecerme a Woody Allen (de joven)
– Para poder proporcionar una pregunta estúpida a una pregunta tonta.
Y me sigue sorprendiendo el tema de las gafas, de verdad. He mantenido muchos debates sobre ellas. «Quítatelas y así te distancias de tal o cual imagen», «así te pareces a menganito» o «recuerdas a cual». Y nunca he acabado de mostrar mucho interés por este tema ya que siempre me ha sudado bastante la polla. Curiosamente, los humoristas a quienes admiro y que he tenido la suerte de conocer, y con quienes trabajo o he trabajado, nunca me han preguntado nada sobre las gafas. Igual se estaban fijando en lo que decía o hacía, y no en a quien me parecía.