Debéis saber que nosotros, los que tenemos una de esas narizotas enormes, desafiantes y ofensivas, somos inmunes a las siguientes frases:
– Tiene mucha personalidad
– A ti te queda bien
– Yo no la veo tan grande
– Seguro que también tienes el rabo igual
Y en cuanto a la última frase, si la poseedora del artefacto es mujer, ni te digo lo inmunes que somos. Sabemos que las decís con buena intención, igual incluso lo pensáis, pero os aseguro que llegáis tarde. Nosotros hemos convivido con ella desde hace años, la hemos analizado, la hemos sobrevalorado, ninguneado, obviado, escondido, ocultado, minimizado e incluso ignorado. Pero también la hemos ido aceptando poco a poco, llegando incluso a amarla. Este proceso no ha sido rápido, ni fácil, ni por supuesto indoloro. Parte de mi proceso de terapia es este cómic, arte que practiqué con devoción durante mi adolescencia y primera juventud (qué cursi ha quedado eso, ¿eh?) y que abandoné por el teatro y esas cosas que ahora hago de la manera más abrupta, ruin y rastrera. La anécdota en que está basado es real. Seria el año 94 o así (no sé, para las fechas soy francamente inexacto). En un restaurante intercambié con la camarera las siguientes frases:
– CAMARERA: Tengo un primo igual que tú,
– BERTO: ¿Ah, si?
– CAMARERA: Sobretodo la nariz
– BERTO: Ah
– CAMARERA: Bueno, ahora ya se la ha operado.
– BERTO: Ah.
Como hacemos los artistas y los cobardes (esto son sinónimos, ¿qué no?), mi respuesta ingeniosa no se dio en aquel restaurante. Ideé un maquiavélico plan, consistente en crear una ácida crítica en forma de cómic. Éste es el resultado:
(Clica en la imagen para verla más grande)
Y sí, a mi también me gustaría que fuera verdad:
– Seguro que también tienes el rabo igual